Niños homicidas, responsabilidad compartida

Casos como el de Jon Venables y Robert Thompson, que hace más de 10 años asesinaron a James Bulger de dos años en Liverpool, Inglaterra; y el de los hermanos argentinos que en mayo pasado asesinaron a Milagros Belizán, también de dos años, han conmocionado a la opinión pública, sin embargo, es injusto condenar a estos niños tan a la ligera, veamos porqué.

Los cuatro infantes, que al momento de los respectivos homicidios, no superaban los 10 años, son un reflejo de la descomposición familiar en la que vivían. Y digo vivían porque, hace 5 años que Jon y Robert fueron puestos en libertad, tras purgar una condena especial, su vida cambió… para permanecer en el anonimato. Ahora, quienes conviven con ellos no saben en realidad quiénes son, puesto que el aparato de justicia británico resolvió cambiar sus identidades para evitar el repudio de la sociedad inglesa, especialmente de la destruida familia Bulger.

Aunque se ha gastado una suma considerable en su rehabilitación, la comunidad aún repele a estos jóvenes, incluso otras naciones a las que se pensó enviarlos, han rechazado el ingreso a sus fronteras de estos ‘niños homicidas’.

La injusticia, para estos jóvenes, radica en la visión vertical del asunto: se trata de dos mentes depravadas que no merecen reintegrarse a la sociedad, que nunca pagarán el daño que hicieron... o al menos, ese es el sentir de algunas personas, incluida la madre de James.

Es cierto, nada cambia el hecho de que el pequeño James Bulger murió cruelmente torturado por dos chicos que no presentaban arrepentimiento. Sin embargo, la historia de Jon y Robert no es tan sencilla, ambos vivieron en familias disfuncionales, con madres frustradas y agresivas, con hermanos que padecían problemas de aprendizaje, fueron víctimas del maltrato físico y también objeto del constante acoso de sus compañeros.

Algo similar sucedió hace muy poco en un barrio argentino, dos hermanos que rondaban las calles, sin asistir a la escuela, desnutridos y maltratados por su joven madre, repitieron los castigos a los que eran sometidos con una niña de tan sólo dos años, a la que torturaron hasta la muerte.

Antes de juzgar la conducta de estos niños tan a la ligera, debemos pensar que este tipo de acciones son reflejo de la sociedad en la que viven, donde la escasa empatía, la violencia, el abandono y la falta de responsabilidad, aunada a una maternidad descuidada y desarrollo neuronal deficiente, son los ingredientes de un criminal, que si nace así, bien puede, con la ayuda adecuada, llevar una vida social saludable.