En la clase de catecismo, Pepito dormitaba. La señorita Peripalda le preguntó: "¿Quién hizo el mundo?". En ese preciso momento, Juanetón, rudo escolapio, le picó por atrás a Pepito con un carrizo. "¡Dios!", exclamó él al sentir aquella punzadura. "Muy bien", aprueba la catequista. Pepito, ya tranquilo, volvió a caer en su sopor. Advirtió eso la señorita Peripalda, y le preguntó para sacarlo del letargo: "¿Quién es el hijo de Dios?". Coincidió la pregunta con otro nuevo piquete que le dio a Pepito aquel infame Juanetón. "¡Jesús!", profirió el chiquillo al sentirse lacerado así. "La respuesta es correcta", aceptó la señorita Peripalda. Pepito volvió a dormitar. Se dirige a él nuevamente la maestra y le pregunta: "¿Qué le dijo Eva a Adán en el paraíso terrenal?". Otra vez el tal Juanetón le picó a Pepito con el carrizo. Pepito ya no se pudo contener. Se levantó de su pupitre y gritó muy enojado: "¡Si me vuelves a picar con esa porquería te la voy a arrancar y te la voy a clavar en la cola!"...
Yo siento simpatía por los masones. Nunca he sido masón. (Tampoco, al igual que el poeta jerezano, he sido nunca Caballero de Colón). Dos o tres tíos por parte de mi madre pertenecieron a la masonería. Recuerdo el sobresalto que sentí cuando uno de mis pequeños primos me mostró ocultamente el mandil de masón de su papá. Yo estudiaba en colegio religioso, y ahí se nos había enseñado que los masones estaban condenados al infierno. En una novelita llamada, si no recuerdo mal, "Flora y Elío", leí que los perversos hombres de esa diabólica corporación llevaban a cabo ritos espantosos en que inocentes niños eran sacrificados.
Tuve la gran fortuna de que en mi casa hubiera crisis económica, y mis padres ya no pudieron pagar la colegiatura de aquella institución. Entonces fui a estudiar en una escuela pública, la Anexa a la Normal. ¡Qué escuela ésa! Estar en ella era como estar dentro del "Corazón, diario de un niño", el entrañable libro de D'Amicis. Iban ahí niños de todas las condiciones, desde el hijo del modestísimo albañil hasta el del comerciante adinerado, y ninguna desigualdad se establecía entre ellos. Además -¡loado sea Dios!- había niñas. El paraíso terrenal.
En esa escuela recibí las primeras lecciones de liberalismo en el sentido mejor de la palabra; no de fanatismo al revés o de jacobinismo obtuso, sino de tolerancia, respeto al modo de pensar de los demás y libertad de juicio. Después, otra institución de raíz liberal, el Ateneo Fuente, me abrió los caminos de la vida, a los cuales añadí luego algunos deleitosos atajos por mi cuenta. Quedaron atrás aquellos oscurantismos infantiles -culpa fueron del tiempo, no de mi colegio-, y sé ahora que mi tío Refugio, gran Caballero de Colón, y mi tío Raúl, masón del grado 33, gozan por igual la gloria, respectivamente, de Dios Nuestro Señor y del Gran Arquitecto del Universo. Otra vez loado sea el Señor, que no hace las distinciones que los hombres hacen, y mira en ellos sólo el bien con que a su hermano ayudan, y el amor y alegría que le dan.
En mí quedaron atrás aquellos oscurantismos, dije, pero en México no han quedado atrás. Hay quienes libran aún la guerra de cristeros y piensan todavía que fuera de la Iglesia no hay salvación. Existe, ninguna duda cabe, una feroz ultraderecha que no se aviene a cosas como la libertad de pensamiento, el respeto a los modos de ser de los demás, y la tolerancia ("Para eso hay zonas", decía con encono el catolicísimo Claudel). Es necesario entonces tener presente el carácter laico que los valiosos liberales del siglo 19 le dieron al Estado mexicano, y que no atenta contra ninguna religión, antes bien las protege a todas -especialmente a la mayoritaria, la católica- contra las insanas tentaciones del poder.
En esa tarea, la de recordarnos el laicismo que da rumbo y sentido a la vida pública de México, la masonería y los masones, no los anacrónicos comecuras ni los furiosos jacobinos, son una presencia muy valiosa. Sin pertenecer yo a la orden -a ninguna orden, a ningún orden pertenezco-, desde aquí les envío un saludo agitando mi mandil, el cual no es de masón, sino de esa inmensa fraternidad universal que es la de los casados...
FIN.
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