Bestias bellas y Bellas bestias

En 1991 Disney realizó la que es considerada una de las mejores piezas de animación de la historia, tomando un mito casi tan antiguo como la historia misma de occidente, que al día de hoy sigue siendo la base de las obras románticas mejor vendidas.

“La Bella y la Bestia” es un cuento tradicional europeo, que hacia mediados del siglo XVIII fue novelado por la francesa Gabrielle-Suzanne Barbot de Villeneuve y más tarde resumido y adaptado por Jeanne-Marie Leprince de Beaumont dentro de su colección de cuentos “El almacén de los niños”. De esta última versión se desprendieron todas las posteriores adaptaciones.

Para refrescar, la historia general podría resumirse en (SPOILERS):
• Joven príncipe es maldito por hechicera que lo convierte en un monstruo.
• Padre de joven, hermosa pero humilde (que siempre rechaza a sus pretendientes), es capturado por la bestia.
• La joven acepta ser intercambiada por su padre para salvarlo.
• Vive con la bestia.
• La bestia se enamora de ella, y tras salvar las primeras impresiones ella le corresponde.
• El amor rompe el hechizo y regresa a la bestia a su estado humano.
• Se casan y viven felices para siempre.

Mirándolo con buena cara, este mito habla de la generosidad, la humildad, el amor más allá de las apariencias, el matrimonio por amor. Originalmente la popularidad de la historia se debió entre otras cosas a la crítica contra los matrimonios por conveniencia. En las primeras versiones Bella tenía dos hermanas que se casan con quienes las pretendían por interés, pero finalmente viven miserablemente mientras ella es feliz con su amado ex monstruo.

Pero por otro lado “La Bella y la Bestia” representa una estructura típicamente patriarcal. El hombre es la figura fuerte, un antihéroe a primera vista pero atractivo en su rudeza, que arrastra a una muchacha inocente a su vida de oscuridad alejándola bruscamente de su familia. En cada adaptación, Bella es humilde, bondadosa y dulce, o insegura de sí misma, todas características típicas de lo que se considera femenino, y la bestia es distante, malvado o antipático con todos, menos con su amada. La mujer con su amor lo saca de su miseria y a su vez él la lleva a un mundo mejor del que su vida corriente le ofrecía. La mujer es quien cambia al hombre, y el hombre es quien le da sentido a la vida de la mujer.

Esto hace pensar dos veces si es meramente biológica la inclinación de la mujer por el macho fuerte o los chicos malos. Hay una idea que se establece desde la niñez, que no deja de ir en contra del crecimiento y evolución de la mujer como individuo y no en función de: esposa de, hija de, madre de. Y es una idea tan cotidiana y repetida que ni siquiera se la piensa. Gustos y excepciones a parte, tanto mujeres como hombres asumimos que ese tipo de amor no tiene nada de malo y hasta es considerado como perfecto.

No vayamos a pensar que Disney es el cuco (aunque mucho no dice en su favor), ni que cualquier romance que tenga estas características es mediocre o machista. La historia original se remonta hasta la Grecia antigua, y las grandes historias de amor romántico, las más populares y hasta las mejores de la literatura, se valen en mayor o menor medida de esta estructura. “Orgullo y Prejuicio”, una de las novelas fundamentales de la literatura inglesa, escrita en el siglo XIX, tiene como protagonistas principales a una joven inteligente muy cercana a su padre, y a un hombre bien posicionado económicamente, distante y orgulloso. Esta comedia romántica va más allá de otras de su género: plantea un crecimiento concreto, una evolución de los personajes por sí mismos que los hace llegar con madurez a la relación cúlmine.

A comienzos del siglo XXI la saga romántica mejor vendida de los últimos años repite los elementos clásicos. “Crepúsculo” está basado sin disimulo en "La Bella y la Bestia", y no sólo por compartir nombre sus protagonistas femeninas. Fuera de la discutible calidad literaria de estas novelas juveniles, las cuestiones psicológicas y sociales son las preocupantes. En este caso no es la mujer la que saca al hombre de su condición de monstruo, sino que ella es llevada también. Su amor le impone alejarse de su familia y del mundo para siempre, y está permanentemente controlada por las decisiones de su pareja, adaptando su futuro al de él.

El amor romántico y la relación de pareja se convierten así en herramientas de castración social de la mujer, y “La Bella y la bestia” deja de ser una gran historia de amor para pasar a ser otro cómplice de la maquinaria. Que seamos concientes de eso no implica que debamos privarnos de las fantasías. Como lo ejemplifica Jane Austen se puede hacer una historia romántica que sea filosóficamente responsable. Ojala tuviéramos hoy alguien como ella.